«¡Corran, zurdos de mierda!»: Las amenazas que marcan la celebración del triunfo de Milei en Argentina
«¡Corran, zurdos de mierda!», grita una voz femenina desde una ventana del barrio de Barracas en Buenos Aires.
El ministro de Economía, Sergio Massa, acaba de reconocer su derrota en las elecciones presidenciales y algunos de los votantes que llevaron al triunfo al ultraderechista Javier Milei celebran haciendo gala de revanchismo.
Repiten así los eslóganes contra «el comunismo», «el socialismo», «la casta» y el «populismo», lanzados por Milei a lo largo de una campaña que se caracterizó por un discurso de odio que caló hondo en una sociedad que decidió otorgarle una contundente legitimidad del 55,6 % de los votos.
El resultado desdijo por completo el empate técnico que anticipaban las encuestas. Por eso, Massa se adelantó a la difusión de los resultados oficiales para anunciar que Milei era el nuevo presidente: le acababa de ganar con una diferencia de 11 puntos.
Las amenazas de los mileístas se propagan. «¡Tiemblen zurdos!», «¡Tengan miedo!», «¡Muerte a las feminazis!», «¡Se les terminaron los curros!», «¡Van a tener que laburar, negros de mierda!», «¡No van a poder salir a la calle!», «¡Se les terminó la joda!», son algunas de las frases que reportan desde diferentes puntos de la ciudad.
Quien ose lamentar el triunfo de Milei en redes sociales se arriesga a recibir a cambio fotos del fallecido dictador Jorge Rafael Videla o de un Falcon verde, uno de los principales símbolos de la dictadura de los años 70, ya que es el auto en el que los represores secuestraban a sus víctimas.
En la provincia de Corrientes, una filmación muestra a unos hombres que festejan con tiros al aire la victoria del político que prometió liberar la venta de armas.
Venganza
En Buenos Aires, un mileísta celebró cargando un ataúd de cartón al que le había pegado una foto de Cristina Fernández de Kirchner, la vicepresidenta que hace solo 15 meses fue víctima de un atentado que ni Milei ni su aliada, la excandidata presidencial Patricia Bullrich, condenaron.
«¡Cristina va presa!», gritaban a coro los simpatizantes del presidente electo en los festejos masivos a las afueras del Hotel Libertador.
Son apenas algunas postales del clima de confrontación y violencia que coronan este año electoral que terminará el próximo 10 de diciembre, cuando Alberto Fernández le entregue la banda presidencial a Milei.
La fecha parece una ironía.
En el Día Internacional de los Derechos Humanos, el mismo en el que Argentina celebrará los 40 años de haber recuperado la democracia después de su última dictadura, asumirá como presidente un economista que niega los crímenes cometidos por los represores y que no cree demasiado en el sistema democrático que lo ha convertido en un inesperado presidente, en la nueva estrella de la ultraderecha internacional.
Desazón
«Las elecciones no se ganan: se pierden», suelen repetir los consultores como una especie de mantra.
En Argentina perdió el Gobierno peronista que encadenó fallas que terminaron decepcionando incluso a su electorado y que tiene en el aumento de la pobreza uno de sus principales componentes.
La autocrítica aparece a la par de la tristeza y angustia provocada por los resultados.
En charlas familiares, de amigos, afuera de la sede de campaña de Massa, en las redes, en los medios, militantes o simpatizantes peronistas coinciden en revisar las fechas claves de la debacle.
En julio de 2020, la primera dama, Fabiola Yáñez, celebró en la residencia oficial de Olivos una fiesta de cumpleaños que violó la estricta cuarentena dictada por su esposo, el presidente que participó del festejo.
Las fotos y los videos provocaron una indignación generalizada.
Luego vino el permanente enfrentamiento entre Fernández y su vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner, con peleas y descalificaciones mutuas y públicas.
El desorden del Gobierno avanzó a la par de la grave crisis económica. Culpar a la pandemia, la sequía y la deuda histórica que el FMI le dio al expresidente Mauricio Macri ya no fue suficiente para convencer.
El año pasado, Massa asumió como «súper ministro» de Economía y fue presentado como «el salvador», la esperanza de la recuperación.
Pero ocurrió todo lo contrario.
El peronismo terminará estos cuatro años de Gobierno con una inflación del 150 % y una pobreza que creció hasta superar el 40 %, más cifras récord de devaluación y endeudamiento.
Con este saldo de gestión, la candidatura presidencial de Massa parecía encaminada al fracaso desde el principio.
Macri
La ilusión de un triunfo del oficialismo solo fue alimentada por la aparición de Milei, un candidato de propuestas radicales, sin experiencia, sin gobernadores aliados, sin mayoría en el Congreso, que desató los temores de un sector de la sociedad.
Así, casi la mitad de los votantes consideró que, por ahora, podían dejar de lado la economía, ya que lo prioritario era defender la democracia, la educación y salud públicas, la legalización del aborto, la educación sexual integral y los derechos de la diversidad sexual y repudiar el negacionismo de los delitos de lesa humanidad.
Pero fueron los menos. Milei, a fuerza de gritos y exabruptos, convenció a la mayoría del electorado (una mezcla de antiperonistas furiosos y ciudadanos hartos, con razón, de la crisis y la inestabilidad) de que él representaba «el verdadero cambio», que terminaría con la corrupción y rescataría la maltrecha economía.
En la llegada de Milei al poder fue invaluable la ayuda de la prensa antiperonista pero, sobre todo, de Macri, el expresidente que se erige como el gran ganador de la jornada, ya que apostó por el dirigente ultraderechista y se brindó como garante de que no cometería «las locuras» que prometía y que escandalizaban.
«Milei no va a poder hacer todo lo que dice, habrá contrapesos», fue uno de los argumentos más esgrimidos por sus votantes, algunos de los cuales insistieron en que, comparado con Massa, era «el mal menor».
Ya en la recta final, Milei atemperó los temores y se contradijo de muchas de las propuestas que están plasmadas incluso en su plataforma, como la liberación de armas o la privatización de la salud y la educación.
Tensión
La incesante tensión que marcó toda la campaña tuvo uno de sus máximos ejemplos el viernes.
En víspera de las elecciones, Milei fue al Teatro Colón, la sala lírica más importante de Buenos Aires.
Al ser descubierto en los palcos, fue abucheado y ovacionado por igual en una confrontación que ya se anticipa permanente entre defensores y detractores.
El domingo a la noche, con el triunfo ya en la bolsa, la violencia de sus seguidores recrudeció a la par de los temores de una parte de la ciudadanía que, atónita, aún no puede entender cómo es posible que a partir de diciembre asumirá un presidente que está convencido de que gobernar es una misión divina que le encomendó Dios a través de Conan, su perro muerto al que clonó, y con el que se comunica a través de médiums.
La polarización es evidente.
Los gritos de «¡No vuelven más!» dirigidos a los peronistas, es respondido con el ya conocido: «¡A volver, a volver, vamos a volver!».
Son lemas cíclicos, por ahora.
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